La intención de quienes realizaban este ritual, era mostrarles a las divinidades que debían hacer para fertilizar las tierras que se habían olvidado cuidar. Por eso en todo el mundo latino se considera una señal de buena suerte el derramar vino en la mesa.
El sueño de todo habitante en la Europa antigua era viajar a Vinolandia, al que creían lugar de origen del culto a Dionisios (Baco para los romanos), inventor de los procesos de elaboración del vino.
Este alegre dios era uno de los muchos hijos que tuvo Zeus con mujeres mortales, al que protegió de los celos de Hera, su esposa, dándolo al cuidado de las ninfas, en Vinolandia, donde Dionisios creció sin preocupaciones.
Dionisios experimento con las uvas que crecían en la falda de un monte e invento la deliciosa bebida. Se aficiono tanto a ella que las ninfas pensaron que se había vuelto loco. A dionisios se le atribuyeron los rituales de prosperidad y protección que se basan en el uso del vino, que el usaba para volcar a su favor la voluntad de los otros dioses.
Antes de que fabricara vino por primera vez, las divinidades no habían tenido oportunidad de probar las bebidas y de conocer sus efectos. A partir de entonces, la vida de dionisios fue una permanente diversión. Sin embargo, recibió como castigo el malestar de la resaca, por haberse atrevido a disfrutar de un placer desconocido incluso por los dioses.
En las ceremonias más antiguas el ser humano apelaba al vino como elemento mágico, el predilecto de los dioses. Con ayuda esta bebida podía obtenerse favores de las divinidades y contar con su protección. Algunos de estos rituales siguen vigentes en culturas primitivas y por su sencillez pueden ser aplicados en diversas situaciones.
Fuente | Picantito
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